Imagen tomada de Pinterest

Me pregunto si toda esa gente que habla de la educación repitiendo los mismos rancios clichés sobre la misma, tendrá la más mínima idea de lo herida de muerte que está, y no precisamente porque «los profesores no se molestan». Me pregunto cuánto tiempo hace que no pisan un aula o si alguna vez la pisaron, si tienen algún conocimiento de cómo es el alumnado hoy en día, del maltrato del sistema al mismo y al profesorado, y de la odisea psicológica, económica, burocrática y sin sentido que supone sacar una plaza. Pero descubro, en la mayoría de los casos, como sucede por desgracia con tantas cosas aprehendidas en la inamovible Universidad de la Ignorancia, que a pesar de tener delante a una persona que se dedica a ello desde hace años y puede disipar dudas, incongruencias y errores, no hay interés por saber la verdad actual, y se prefiere seguir repitiendo, como un mantra contra la incómoda realidad, el mismo absurdo, del tipo: «los chavales de hoy pasan de todo». ¡Ay, Santísima Paciencia! A ver si puedo arrojar un poquito de luz en forma de letra.

He tenido que oír hasta el aburrimiento el «qué bien vivís los profesores: sueldazo, puentes y dos meses de vacaciones». He aprendido a que me resbale y a contestar cosas como: «Haber estudiado», o «¿A que jode?», pero la realidad es que me quema la frasecita impertinente y desinformada. Qué bien vive Amancio Ortega, perdona. Los demás, sobrevivimos, como todos. Y te voy a contar lo que he hecho para llegar hasta aquí, que por cierto, tú también lo puedes hacer, es cuestión de repetir mis pasos o los de cualquier docente, que parece que nos lo hayan regalado, oiga, y madre mía, me gustaría ver a mí si los demás seríais capaces. Solo hay que estudiar una carrera, un máster o dos, y opositar en bucle años y años para trabajar por toda tu provincia o por media España, lejos de tú familia, de la conciliación, del ahorro, y de la estabilidad. Sin saber si el año próximo trabajarás o cuándo o dónde hasta dos días antes de incorporarte al centro. Con suerte, tras innumerables años como interino -o último mono-, igual sacas la plaza, a saber dónde, y podrás intentar enseñar a los que no quieren hasta jubilarte a los 67. Fácil y sencillo. Solo hacen falta algunas cosillas: vocación, resiliencia, paciencia, buen coco, pasión, tolerancia a la frustración, buena mano con adolescentes, conocimientos de tu especialidad, de psicología, didáctica y atención a la diversidad de mil casos y patologías particulares, de nuevas tecnologías, y no cuestionar mucho el sistema de oposición, la inspección, ni a los bocazas que hablan sin saber para no volverte loco. Como a los cuñaos que repiten eso de: «Qué trabajo más fácil, a ti quería verte yo picando piedra». Pues muchos opositores la pican y estudian a la vez (entiéndase por «piedra», piedra de verdad, clases particulares mal pagadas, u 8 horas descargando camiones del Mercadona). Pero bueno, «A ti quería verte yo dando clase a 30 cuyo único objetivo es impedírtelo». Y así por 5 aulas.

Hasta la licenciatura o el grado, el máster y las prácticas, no hay mucha diferencia con cualquier otra carrera que uno decida estudiar. Pero luego llega la Opocalipsis, si quieres ejercer, y vuelta de nuevo a «demostrar» que estás preparado para dar clase. Incluso aunque lleves 15 años de interino. Incluso con plaza tras esos años (sí, sí, hay que hacer un año de «prácticas» una vez la obtienes, que se ve que lo otro, lo de educar al país 15 años, no lo eran). Al parecer, lo único que quieren probar es nuestra resistencia. Porque si llegas, es porque no has desistido en el largo, injusto y tremendo proceso. Aviso: hay que tener tiempo, dinero, motivación, y estar dispuesto a no tener vida. Si no trabajas mientras opositas, no tienes dinero para academias, títulos y cursos de formación que se te exigen, además de las tasas de derechos de examen, desplazamiento adonde sea el mismo, con hotel y comida incluidos si está lejos. Pero si trabajas, no tienes tiempo de sacar las 6 u 8 horas diarias de preparación necesarias para la prueba abominable. Al ser una prueba injusta que no demuestra tu capacidad como docente (quizá sí como ser sobrehumano), ni garantiza tu entrada en el sistema como funcionario de carrera, la motivación viene a ser justita. No ver la luz del sol durante los dos años que exige su preparación también reduce bastante el ánimo. Y estamos obligados por ley a presentarnos, por cierto.

Se trata de una prueba cuyos saberes no vas a aplicar en la vida real en tu trabajo. Piden que memorices 72 temas a nivel licenciatura, en el caso de Lengua, mientras la ley echa por tierra las clases magistrales y resta importancia a los contenidos. Después habrá una parte práctica, que poco tiene que ver con la práctica real de lo que haces -y que bien se encargan los que la diseñan de que lo más fácil sea partir en dos un pelo de unicornio con la mirada, porque ya se sabe, hay que cribar-, y si pasas esta primera fase eliminatoria, podrás presentarte a la segunda: la defensa de una programación (pero no una real, sino un documento inventado mixtura de manejo de la ley, piruetas con la metodología idealizada que a pie de aula nunca podrás usar, y de un libro de texto), y de una unidad didáctica (vaya, un tema con sus actividades y su todo creadas por ti para un grupo concreto, también inventado), donde tampoco nada de lo que piden se ajusta a lo que hacemos o podemos hacer en clase. Has de hablar de los últimos recursos tecnológicos y aplicaciones que usarás, cuando los centros aún usan ordenadores del siglo pasado y gran parte de los alumnos no dispone de dispositivos electrónicos o conexión a Internet. Has de hablar de atención a la diversidad, cuando la única manera de poder prestar atención a los casos individuales sería reducir la ratio de alumnos por aula y duplicar el profesorado y su formación. Has de hacerlo todo acorde a la nueva ley, lo que a veces supone programar a la vez con dos leyes distintas si opositas en dos comunidades, y reinventarlo todo de un año para otro (no vaya a ser que te sirva de nuevo la programación). Tiene que ser original, aunque en la práctica la originalidad esté supeditada a los medios y a la ratio, y muy innovadora, aunque tengamos las manos atadas por la falta de formación, por la inspección, por los papás -sí, queridos-, y por la desmotivación aplastante y desesperanzadora del alumnado.

Si consigues llegar hasta aquí sin morir del estrés (cuánto Trankimacin y divanes han vendido las oposiciones), incluso si llegas a aprobar, y hasta si es con buena nota, nadie te garantiza la plaza. La gente cree que con llegar al 5 en un tema que te sale en el examen, ya te dan la toga y el birrete, pero qué va: puedes tener un 10 y estar sin plaza. Bien porque no hay número suficiente de estas y los tribunales tienen que reducirlas, aunque tu prueba sea espectacular, o bien porque por diezmilésimas alguien te supera, o bien porque no tienes méritos suficientes. Sí, es de traca: Sí no tienes experiencia no sumas puntos. Y si no gastas una millonada en cursos, tampoco.

Luego empiezas a trabajar, y descubres que para no mudarte cada curso de una punta a otra de la comunidad o del país, has de optar a todo lo que nadie quiere: el temido «nocturno», con horario de tarde-noche (aunque puede ocurrir que tengas horas de este y horas sueltas de mañana, con lo cual, ya te puede pillar cerca de casa el centro o estarás todo el día fuera con mil horas muertas en medio), las clases de PMAR (que a veces son un poquito peor que dar clase en un reformatorio), los apoyos a otras especialidades (eso cuando no te toca dar un año entero de Latín en Bachillerato siendo de Lengua, por ejemplo), los tercios de jornada que se van en pagar la gasolina para llegar, o las plazas itinerantes, donde pasas más tiempo en carretera que en un aula… Por no hablar de los puestos ya fijados como «de difícil desempeño»… Vamos, una ganga. Y si es año de oposición, asegúrate de pillar una media jornada para poder estudiar. Luego, ya decidirás si pagas la academia o la calefacción, dependiendo del frío que haga ese invierno.

Por suerte, llega el veranito, pero si estás opositando, hasta mediados de julio no termina la odisea. Ni para el opositor, ni para el funcionario, que es quien te examina. Unamos período de reclamaciones y demás… Y en verdad, vacaciones como tal, agosto. Bueno, hasta mediados, porque hay que estar pendiente de si salen los destinos para hacer peticiones y es un sin vivir hasta que ordenas por preferencia todas las vacantes que se ofrecen y sabes cuál te ha tocado. Tarea titánica recopilar en mitad del verano -cuando los centros están cerrados- información sobre lo ofertado. ¿Será para todo el curso? ¿Será una baja prorrogable o de un mes? Pito Pito Gorgorito, elija usted destino estando cieguito. ¿Será el nocturno? ¿Qué querrá decir este código? Y voilà, el 31 de agosto sabrás dónde trabajarás el 1 de septiembre. ¿No tienes tiempo de alquilar un piso? ¡No les importa! ¿Cuántos meses trabajarás? Es un misterio. Y a rezar para que se alargue la baja o se mueva mucho la lista para volver a entrar. Eso si no has quedado muy abajo y te tiras meses esperando a que «te llamen» (que no te llama nadie, vives pegado a un ordenador cada vez que sale la convocatoria, una vez por semana). Y ojo, o trabajas 5 meses y medio, o no cobras el verano. Así que sí, «veranazo». A mí ya me aburre Cancún. Por no hablar del tiempo invertido en verano -que es el único tiempo «libre» que te queda- en intentar interpretar lo que diablos quiera decir la LOMLOE (o la ley que toque). Ni Cristo sabe todavía cómo diantres hacer una situación de aprendizaje. Ahogados en burocracia, poco tiempo hay para la innovación.

Y lo que a todo el mundo le sorprende es que… (aquí viene lo GORDO) ¡trabajamos también fuera del instituto, por las tardes! Sí, señores. Tenemos claustros, reuniones de equipo docente, evaluaciones… Amén de preparar clases, corregir tareas y exámenes. Y ahora existe una herramienta del diablo -Teams, Google Classroom, Moodle, TokApp- con la que estás localizable para alumnos y padres 24/7, y no tienen ningún reparo en usarla y a la hora que sea. «¿Y eso no te lo pagan?». Jajaja.

Y luego está el tête-a-tête con el alumnado y sus familias. Si entrar en el sistema es como prepararse para el ejército, esto es el desembarco de Normandía. En general existe un aprendido rencor hacia el profesor, y una desvalorización absoluta de su persona. En parte por el «qué bien viven los profesores», y en parte por la escandalosa sobreprotección a los menores, que junto a una sociedad que no les plantea propósitos vitales ni vínculos duraderos, los ha llevado a la desidia. En un porcentaje altísimo, la implicación de los padres en la educación de sus hijos es mínima o desacertada. Acuden al centro solo para «cantarles las 40» a los profesores. Y creen que hacerles los deberes y no enseñarles a ser responsables es ayudarlos. No abundan los que se molestan en crear personas funcionales. Como para crearlas yo está el panorama.

Por su parte, los chavales no entienden qué demonios hacen encerrados en un instituto, y acaban volcando su frustración contra nosotros y contra algunos padres, a quienes todo este entramado les acaba por estallar en la cara. Muchos chicos son obligados a ir a clases particulares. Pero van en piloto automático a todo. Pasan 6 horas divirtiéndose o desconectados en el centro, y continúan en las academias. Difícil competir con TikTok, y difícil atender en clase sin haber pegado ojo por estar dando likes toda la noche. La insatisfacción crónica a la que les han llevado la falta de normas firmes, la libertad excesiva, el tenerlo todo sin esfuerzo, las malas noticias continuas, la pandemia roba vidas, los vínculos efímeros, que demostrar amor te debilita, las desigualdades sociales que los asfixian, la crisis económica y energética, la falta de futuro, el cambio climático, la guerra, las rutinas automáticas, y las falsas apariencias y los contenidos traumáticos de las redes sociales, los empuja a desconectar de la realidad continuamente, a refugiarse en el ocio y en la ignorancia. Es una forma inconsciente de superar el sufrimiento. No se trata de que «pasen de todo» o «ya no tengan respeto», es que lo que se les pide ya no tiene sentido y se rebelan. Se dice que la juventud está perdida desde la época de los griegos. Así que simplemente se puede pensar que cada vez tienen necesidades distintas fruto de la época que les toca vivir. Frustrarlos con la idea de que no valen para nada, de que el instituto tampoco, y de que los que estamos a cargo de su educación somos unos piltrafas, solo sirve para que tiren la toalla. Querer que todos sean ingenieros, lo mismo. Ellos también viven un Apocalipsis.

Desde luego, el sistema nos agota demasiado a los docentes como para poder centrarnos realmente en lo importante, que es sacarlos de ese estado de stand by permanente y generalizado, motivarlos, creer en ellos, contrarrestar lo que hay ahí afuera con un salvavidas educativo. Pero así, así es increíblemente difícil, porque nosotros también estamos en stand by, posponiendo y posponiendo siempre la vida para cuando saquemos la plaza… Y resulta que la vida es ahora, señores. La vida es ahora, aquí, en los centros, al pie de un cañón que no nos dejan manejar, de modo que la mayoría de las balas, son balas perdidas.

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