Imagen tomada de Pinterest

Mario había sido un hombre apuesto, seductor, admirado por lo hombres pero mucho más por las mujeres y todavía a su edad, aunque naturalmente había perdido gallardía, mantenía un porte distinguido, “el que tuvo retuvo” dice el refrán, y Mario retenía cierto aire de antiguo adonis, pero claro, a sus ochenta y tantos años, por mucha ‘retención’ que se tenga, son ochenta y tantos años de una implacable naturaleza que no da tregua al inexorable paso del tiempo. El deterioro de la naturaleza humana a lo largo de una vida es un hecho ineludible. El cuerpo se desgasta, ya sea por exceso de uso o, por el contrario, por falta de uso.

El cuerpo se desgasta, sus órganos van atrofiándose como una maquinaria ya vieja, insalvable. Y a pesar de que la literatura nos ha dejado diversas teorías para conseguir el poder de la eterna juventud, como la que nos contó Oscar Wilde en El retrato de Dorian Gray, buscando en la literatura la solución a sus deseos eternos; o como aquella condesa polaca que se bañaba en sangre de jóvenes vírgenes para mantener su juventud para sus amantes…, no han pasado de ser meras elucubraciones para resolver uno de los grandes deseos de la humanidad: no envejecer. Pero el elixir de la juventud no se ha inventado todavía aunque la ciencia trate de mantener cierta ilusión en los hombres con aquello de la química en pastillas que potencian la potencia para que la virilidad no quede en entredicho, o en las mujeres con las intervenciones estéticas cada vez más sofisticadas para lucir una juventud forzada.

Tanto una solución como la otra son sucedáneas de lozanía. La frescura de la juventud  es infinitamente más fácil mantenerla por dentro que por fuera. El cuerpo va por un lado mientras que el espíritu va por otro, no llevan el mismo ritmo de envejecimiento y, claro, eso hace que se dé, la mayoría de las veces, una desincronización grande entre el querer y el poder, entre el sentimiento y la realidad, entre el aspecto exterior y el interior, entre el ser y el estar.

Y eso es lo que parece que le ha pasado al ilustre Mario. Mario tiene ochenta y seis años físicos pero su espíritu se debió de quedar en los cincuenta. Es precisamente en aquella edad -una edad estupenda en la que los hombres están en su máximo esplendor- que Mario conoció a Isabel, una Isabel de 36 años que acababa de  precipitar un tsunami social  y político por liarse  a escondidas con el Superministro de Hacienda más famoso de la Historia  de España mientras llevaba dos años casada con el más noble marqués del Gotha español (la biblia de la nobleza).

En pleno fragor de dimes y diretes sobre esta secreta cuestión sentimental -dos años hasta que se oficializó el asunto-  que conllevaba adulterios por ambas partes, Isabel ocupó un gran protagonismo  en la prensa y en los mentideros madrileños. Ya no era Isabel la exmujer del famoso Julio Iglesias, ni la marquesa de Griñón, era ‘La China’ y así la llamaban en todos los ambientes. No sé muy bien si este mote iba con carga de desprecio o de admiración por su aspecto exótico y sus conocimientos de la cultura del placer. Porque se decía, entonces, que La China practicaba extravagantes métodos sexuales orientales que transformaban el placer en éxtasis. El serio Ministro Miguel había probado esos exóticos elixires en la trastienda de su despacho y ya no quería otra cosa más que estar con La China. Oh, qué pasión. Crisis social y crisis política. El Superministro dimite de sus cargos políticos y se divorcia de su supermujer para quedarse con su China.

 Y es entonces, en ese fragor de 1986, cuando La China conoce a Mario. Mario tiene 50 años y su mujer también tiene 50 años, La China 35 y el Superministro 46.  Las dos parejas Mario/Patricia, Miguel/ Isabel, hicieron pronto buenas migas y dieron solidez a su amistad tratándose con frecuencia. Pero La China además de su aire exótico y su lozana juventud arrastra un misterio sexual que atiza la imaginación de los hombres y, naturalmente, también la de Mario. Se hablaba entonces de un carrete que ella introducía en ‘algún orificio’ y luego tiraba del hilo y el carrete giraba produciendo notables sensaciones placenteras. Más se trataban los matrimonios más interés le suscitaba a Mario aquella mujer joven, guapa, elegante y llena de vida y de misterios  eróticos.

Naturalmente la creativa imaginación de Mario se volvía loca con esas historias. Él, con su mujer de toda la vida no se atrevía a innovar en esos campos, ni se atrevía ni le ‘provocaba’.  En el tema de cama Mario y Patricia  habían llegado a un nivel de estabilidad emocional inamovible, lo que se podía hacer ya se había hecho. Para nuevas emociones hacía falta nuevos estímulos, y ya tan sólo quedaba que estos vinieran de fuera. A Mario la idea de probar los estímulos orientales de la China le desbocaba la fantasía. Envidiaba al serio de Miguel que podía disfrutar de todas aquellas novedades a pesar de lo soso que era. “¿Por qué tendrá este tipo tanta suerte?”, se preguntaba, “yo soy mucho más guapo, más divertido y más interesante que él”, se decía. 

Pero la vida sigue y el caramelo dulce y picante que quería comerse Mario se quedó en el ‘limbo de los deseos’.  Ese es un lugar muy interesante y curioso. Ahí van a parar aquellos deseos intensos , aquellos delirios que no han podido realizarse en su momento pero que no se mueren con el tiempo. Ahí quedan  esos deseos en stand-by y, por lo general,  se los acaba llevando el cuerpo al otro mundo.

Ah, pero si de pronto los juegos del tiempo provocan que después de muchos años uno se encuentre frente a frente con el objeto de aquel ardiente deseo de antaño, ese deseo incumplido y escondido en los procelosos magmas del corazón, ¡el deseo revive!, se activa y empieza a crecer como la espuma. El deseo no ha envejecido. Los deseos no envejecen, se tienen o no se tienen.  Y ese intenso deseo puede mantenerse impecable con el ardor de cuando nació, creció y no se consumó. El tiempo ha deteriorado el físico pero no el deseo. Es entonces, en el encuentro tras los años,  cuando puede hacerse realidad aquello que quedó pendiente, no sólo ‘puede’ sino que, frente a la posibilidad,  urge resolver. Es absolutamente necesario cerrar ese círculo que se abrió tiempo atrás y quedó suspendido en  el espíritu. Es entonces cuando surgen los “volver a empezar”, de Garci.

A Mario le pasó algo así.

El siguió su exitosa vida con su mujer de toda la vida (exceptuando la primera, la tía Julia); esa mujer que le resuelve todas las pequeñas y fastidiosas  cosas cotidianas de la  vida, y también las menos fastidiosas, para que su cabeza no se ocupe en otros menesteres más que los de escribir y escribir, teniendo las espaldas, y el entorno, cubiertas. Él se  mostró honesto en su discurso del premio más prestigioso del mundo al admitir que había llegado hasta esa cumbre literaria gracias a los desvelos de su querida mujer, que le había resuelto lo que comúnmente llamamos ‘la vida’.

Pero un día el amigo Miguel dejó este mundo y Mario, como es natural, corrió a consolar a la mujer de su amigo, aquella exótica Isabel que tanta inquietud le había causado. Y he aquí que él se acerca a la fragilidad de ella en su duelo y por esos misterios del deseo no la ve con sus sesentaymuchos años sino que sus ojos la ven como con los ojos de aquellos cincuenta que la deseaban. Y si él mira con ojos de cincuenta lo que ve en ella son aquellos poderosos y misteriosos 36 y no los sesentayalguno  que tiene ahora.

Da igual que él tenga 78 y ella 63 cuando se vuelven a encontrar. El deseo sigue intacto desde hace 36 años cuando los dos, una más que el otro, eran jóvenes y potentes. Y aquí es cuando surge la traición del deseo. Mario quiere, necesita, le urge, consumar aquel inmenso deseo que quedó larvado por las lealtades y ahora se ha vuelto a despertar con furia. No puede, y no quiere, dejar pasar este input emocional, y va a por todas. De la noche a la mañana decide aprovechar ese tren que seguramente será el último que se le presente, y se sube a él.  Isabel, que le gusta ser objeto de deseo, más que gustarle es su objetivo vital,  se deja desear por el exitoso Mario. Mario no cabe en sí de gozo, finalmente podrá comprobar y disfrutar los asiáticos juguetes eróticos de La China que tan agitado y desazonado le tuvo en otros tiempos.

Y el entusiasmo le confundió. ¡Ay, la pasión! cuando el cuerpo está para pocos trotes. Mario en su ceguera pasional no había prestado atención a su pichula, creía que le iba a acompañar como en los años mozos, y no tan mozos, pero no, la pichula se había olvidado ya de responder con firmeza a los deseos de su ‘señorito’. La pichula ya estaba en los 80 aunque el deseo de Mario estuviera en los 50, asique la pichula no estaba para fiestas. Mario, en el fragor de la pasión se había olvidado de que hacía tiempo que no había hecho funcionar a su pichula   y, precisamente, la pichula era protagonista fundamental en el ‘remate’ pasional que quería lleva a cabo. No era asunto baladí el que la pichula hiciera su función  como le correspondía. Era de vital importancia.

Llegó el momento trascendental de la historia y la pichula se resistió con tesón a ponerse firme como le correspondía en tal situación. Mario  avergonzado se disculpó con dulces palabras de amor “tantos años esperando para que la pichula me deje en esta situación tan poco digna”, pensaba el pobre Mario mientras Isabel, comprensiva, se resignaba pensando que ya nada tenía arreglo. Claro que ella tampoco tenía carrete para tirar del hilo. Nada era como hubiera podido ser en tiempos pasados, y los 15 años de diferencia de edad que los separa es suficiente diferencia para que surjan diferencias .

A Mario no le quedó más remedio que admitir esta  debilitación de su pichula y acudir a ayuda exterior y buscó en internet qué posibilidades tenía. Encontró mucha oferta:  potenciador sexual, pastillas para la erección con vitaminas, pastillas para hombres maduros, pastillas para aumentar el tamaño, vigorizante masculino… pastillas azules, verdes, rosas, negras…; todo un mundo prometedor. No se fiaba mucho de las promesas pero no tenía opción.  Y sí, algo funcionó, pero un pequeño resultado sin grandes alharacas . Nada que ver a cuando la testosterona sustentaba el apetito de la carne. 

Isabel no estaba satisfecha con su nuevo amante. Mario estaba decepcionado con las expectativas que le habían llevado hasta La China, y con las suyas propias. La intentona cerró el círculo del larvado deseo, pero no consiguió los resultados deseados. Isabel y Mario lo intentaron, Isabel y Mario no disfrutaron lo esperado, Isabel y Mario lo dejaron. Cierto rencor se quedó flotando entre ellos. Mario no pudo llevar nuevas experiencias eróticas a sus personajes literarios pero sí aprovecho para desquitarse del fracaso en un pequeño cuento. Los escritores aprovechan cualquier material, ya se sabe.

Pichula, qué palabra más tierna y cariñosa para un órgano de tan vital importancia. Estos hispanos qué dulces son con el vocabulario.

O témpora, o mores

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