
En León se está desarrollando buena literatura y Masticadores les presenta esta semana a cinco escritoras. J re crivello —Editor
by Rosa Marina González-Quevedo
El perro le seguía por todas partes. Se trataba de uno de esos bastardos callejeros cuyo refugio ─antes de conocer al hombre-sombra─ había sido el traspatio de una casa abandonada. En fin, sólo Dios sabía por qué el can le seguía por doquier: el hombre-sombra ─quien no usaba otro medio de transporte que no fuesen sus propias piernas─ iba y venía con su fiel amigo de un lado a otro de la ciudad. Cruzaban las fronteras de barrios periféricos; llegaban al monte y regresaban. Y al anochecer, descansaban junto al fuego, a orillas del río. Posiblemente, lo peor de tener al animal pisándole los talones día y noche era que ─tarde o temprano─ todos llegarían a enterarse de su ubicación en tiempo y espacio; no por él (hombrecito insignificante, ensombrecido de tanta soledad), sino por la bestia que no era, ni siquiera, suya. Sin embargo, la compañía merecía la pena.
Claro, con eso de las manifestaciones…; con eso de las fiestas, ferias, mercadillos, marchas por esto y por lo otro…; con eso de las campañas y los altavoces… ¡Oh, sí!, la tendencia a quebrantar la quietud era impresionante; el ruido anegaba calles y avenidas: básicamente muchos hablaban por hablar, bien en los bares, bien en cualquier sitio; otros, daban gritos cual jauría organizada. Y aquellos que obedecían aún la voz del silencio, de vez en cuando sentían en sus tímpanos el boom-bap del retumbante sonido llamado hip-hop. Y luego, la discordancia sonora en los comercios; cadenas de tiendas infectadas por la publicidad a cargo de horrendas cancioncillas, compuestas a fin de vender y vender y vender y vender…
Por supuesto, tanto bullicio apartaba al hombre-sombra y a su perro de la dimensión de los intangibles. Por ello, un día, contaminado por la fatal barahúnda, nuestro peculiar héroe tuvo la nefasta idea de fundar un partido de dos miembros (él, líder; el animal, miembro honorario). Lo llamó «Partido de los insignificantes». Claro, tal aventura iba contra la naturaleza de los seres solitarios; a fin de cuentas, ambos habían sobrevivido mucho tiempo al margen del mundanal ruido y…
Pero lo peor llegó después, cuando el hombre-sombra puso precio al silencio. Y digo lo peor, porque cuando los demás se enteraron de que el silencio se vendía, quisieron comprarlo. Y al final, sucedió lo de siempre: la prensa. Sí, los periodistas acudieron en tropel y se agolparon alrededor de los miembros del nuevo partido (o de los nuevos vendedores de promesas, igual da). «¡Última hora! Acaba de fundarse el partido de los sin-palabra»… Y como era de esperarse, también llegaron los representantes de los otros partidos para hacer negociaciones.
Así, hombre y perro fueron conquistando la fama a costa de experimentar, despiadadamente, el reto de sofismas vacíos. Y como premio a los méritos acumulados y por orden de las autoridades civiles, se les construyó un monumento en bronce, el cual fue colocado al centro de la Plaza Mayor.
A partir de entonces, la ciudad perdió definitivamente su rostro más real.
Rosa Marina González-Quevedo