En León se está desarrollando buena literatura y Masticadores les presenta esta semana a cinco escritoras. J re crivello —Editor
NUNCA ES LO QUE PARECE por Felicitas Rebaque de Lázaro.

En lo que parecemos, todos tenemos un juez; en lo que somos, nadie nos juzga.
La noticia flotaba en el aire. Iba de boca en boca como pelota de pin pon entre el grupo. Habían sido compañeros de colegio. Tras muchos años sin verse, siguiendo caminos diferentes, se reencontraron en una de esas nostálgicas celebraciones de los años escolares. Desde entonces, algunos de ellos decidieron no volver a perder el contacto. Para ello, tras crear un chat grupal, acordaron reunirse una vez al mes.
Ese día mientras el café humeaba en las tazas, no se hablaba de otra cosa.
—¿Pero estás segura de …? preguntó Pedro
—Sí, sí más que segura. Manuela la vio entrar, que no salir —le interrumpió Lucía, sin dejarle terminar la frase.
—Si no fuera porque lo contemplé con mis propios ojos no lo hubiera creído nunca —comentó Manuela, excitada, al ser el centro de atención—Juraría que hasta me vio y se hizo la despistada.
—Pero, ¿estás convencida de que era ella? —volvió a preguntar Miguel.
—¡Otra vez lo tengo qué repetir! —exclamó Manuela, molesta por la duda— Vi a Petra entrando en un puticlub a las siete de la tarde— concluyó rotunda.
—Ya me parecía a mi que guardaba algún secreto, tan modosita ella, tan profesional, tan correcta —añadió Lucía mientras sacudía teatralmente su melena rubia —Y es raro que no esté casada ni tenga novio.
—Necesitará un suplemento económico —prosiguió hablando Manuela—. La verdad es que ser matasanos no debe de dar para mucho en los tiempos que corren, a no ser que seas dentista, cirujano plástico o un Gregorio Marañón.
—Pues yo sigo sin creérmelo— dijo Pedro.
—¿Me estas llamando mentirosa? —preguntó Manuela ofendida
—No, pero imagino que la confundirías o que habrá algún tipo de explicación.
—No hay más explicación que la evidencia: Petra trabaja en su tiempo libre en una barra americana.
—¿Y aunque así fuera? No es nada malo; puede que se pueda ejercer de forma más digna esa profesión que muchas otras.
—Haciendo favores a los clientes? — Ironizó Lucía.
—¿No sois las mujeres las que lleváis años defendiendo vuestra libertad? Pues comenzar por respetaros a vosotras mismas… y más cuando se está hablando de una amiga.
—¡Pero es que es médico! —argumentó Lucía
—¿Y qué? — cuestionó Miguel.
Manuela y Lucía se miraban atónitas. No entendían que a sus amigos les pareciera bien que Petra compaginara su praxis médica con la de trabajar de chica de alterne.
—Ya se lo que os pasa— afirmó Lucía como si hubiera tenido una inspiración—. Os pone cachondos.
Toño iba a contestarle de forma airada, cuando Petra se unió al grupo. Se hizo un embarazoso silencio.
—¿Qué os ocurre hoy a todos? — preguntó Petra con su buen humor de siempre. — Os habéis quedado callados al verme. ¿Y esas caras tan serias?
Todos esgrimieron excusas nada creíbles. Petra siguió hablando
—Pues os voy a contar algo que os hará reír. Lo que me ocurrió el otro día. Sabéis que compagino el hospital con una mutua haciendo reconocimientos.
—¿Ahora se llaman así? – cuchicheó Lucía a Manuela.
Petra las miró
—¿Decíais algo?
—No, no perdona, continúa —pidió Manuela mientras lanzaba una furibunda mirada de reprobación a Lucía.
—Bueno, pues entre mis clientes figuran deportistas, trabajadores de empresas, autónomos y últimamente empleadas de barras americanas.
—¿Empleadas de barras americanas? — preguntaron al unísono Lucía y Manuela.
—Sí, ahora se las exige para realizar su trabajo un certificado médico. Con algunas de ellas me llevo muy bien –prosiguió Petra-, y me cuentan otros problemas más personales que su estado físico. Pues bien, el otro día, yendo a casa, me desvié de mi camino habitual para hacer unos encargos cuando, al pasar por la Plaza de las Mercedes, oigo que me llaman. Era Chonina, la Choni en su trabajo. Una malagueña que se ha traído toda la gracia de su tierra a la capital. Me plantó dos besos, y como un día atendí a su hijo de siete años con unas anginas de caballo sin cobrarle nada, se empeñó en que me tenía que invitar a tomar una copa en su local, que estaba a dos manzanas. Por más que me negué y le dije que no era necesario no hubo forma de zafarme. Os podéis imaginar la escena: ella con la ropa de trabajo y yo arrastrando los pies con las ojeras hasta el cuello después de haber estado veinticuatro horas de guardia. De haberlo sabido me hubiera arreglado un poco.
Petra hizo una pausa, para atender al camarero que le traía su café, antes de proseguir. Sus amigos la escuchaban en silencio. Los chicos, con una sonrisa, lanzaban miradas irónicas a sus amigas que se mantenían con caras circunspectas.
—Lo más gracioso fue que, cuando entré en el local, alguien saludó a Chonina y gritó: «Llegas con carne fresca». Os juró que de la vergüenza me tomé la copa de un trago. Pero después, acabé hablando con todas; a la mayoría las conocía del consultorio. Había un caballero que me lanzaba miradas desde el extremo de la barra. Cuando Chonina se percató, le gritó: «Eh, tú… a esta ni la mires» ¿Os lo podéis creer? —preguntó Petra, muerta de risa.
Pedro y Manuel se unieron a su carcajada, mientras que las chicas simulaban forzadas sonrisas.
—A ver cuándo nos la presentas —pidió Pedro. Seguro que es una mujer de lo más interesante.
—Pues la vais a conocer. Viniendo hacia aquí, me la he encontrado y la he pedido que se una al grupo. No creo que tarde en llegar. ¿No os importa verdad?
Manuela y Lucía se miraron horrorizadas. Pedro y Miguel lo celebraron.
Petra observó a sus amigas con cara de interrogación.
—¿Os pasa algo?
Contestó Manuela poniéndose en pie.
—No, nada Petra, querida, es que acabo de recordar que tengo que hacer algo urgente y nos tenemos que marchar. ¿Verdad Lucía?
Lucía dudaba. Sentía curiosidad. Pero la mirada fulminante de Marcela la levantó de un respingo de la mesa.
Cuando salieron de la cafetería, Petra preguntó a sus amigos:
—¿No las habré escandalizado?
—Que las den —contestó Pedro, divertido.
—Por cierto, ¿de qué hablabais cuando yo llegué?
—Del tiempo aparente—respondió Miguel— Que nunca es lo que parece.
Petra se echó a reír, aunque no entendió muy bien la afirmación de su amigo.
—¿A qué te refieres?
—Te lo explico en otro momento— respondió Miguel, poniéndose en pie.
Justo, en ese momento, entraba La Choni por la puerta.
Relato incluido en el libro “La Libélula”