
La merienda empezaba con una manzana en la mano y con la navaja, que papá trajo de Suiza, lista en la otra. Las manos se preparaban, y temblaban unos segundos antes de embarcarse en una misión sagrada: Concentrar la vista, y el giro de la muñeca, en pelar la fruta en una única y preciosa tira amarilla.
Los labios apretados, el mentón relajado. Imitaba la postura y el gesto como lo hacía papá, dando la impresión de ser papel de seda despegándose de un modo sencillo y mágico. Él creaba una serpiente, como la del pecado original o la que originó el pecado, nunca me quedó claro, llena de vitaminas y luz, a medida que se iba deslizando por su brazo hasta quedar redondita en el regazo.
Pero no era sencillo cuando estaba entre mis manos. Y aunque trataba de repetirlo cada tarde, ni por asomo me salía como a él. Entre movimientos torpes, y obstinados, lograba sacar entre dos o tres curvas sin terminar. En los ratos de peor humor la manzana quedaba a trozos, entre calvas y piel con pecas parcheada, con la que me enrabietaba al final. Entonces tiraba la navaja al suelo y acababa con la fruta a mordiscos.
«Paciencia». «Paciencia». Cada merienda era una nueva ocasión para intentarlo. Con postura orgullosa me sentaba recto en la silla de plástico de la terraza, y con el brillo del filo en la punta de unos dedos, y la manzana dando vueltas en los otros, intentaba liberar a la serpiente una y otra vez.
No os lo vais a creer, después de alimentar el roce del pulgar durante años lo he conseguido…La piel de la manzana se ha desenrollado en una rosca al completo.
Un bucle dorado, como esos móviles que ponen en las tiendas de decoración y parecen no llegar nunca a ningún sitio. Ni arriba ni abajo… ¿Así que después de tanto…es esto?
Me levanto, y al darme la vuelta, he recordado que ya no estoy sentado en la misma silla, ni siquiera estoy en la terraza de casa. En realidad, no veo a nadie a quién contarle, y pueda entender, lo que acaba de suceder.
Me vuelvo a sentar con cuidado y paso el filo de la navaja por las yemas. Está rugoso, no es la que papá usaba. La manzana me mira desnuda y decepcionada, ahora soy incapaz de comerla.
¿Y la serpiente? Su piel se ha deslizado por el brazo, por el regazo y la pierna hasta quedar como un círculo amarillo, y encogido, en el suelo.
Anabel 14Jan23.
Cada día lo haces mejor !!!!
Me gustaMe gusta